Haití 10 Ene (Atipiri/eluniversal). - Las imágenes y el estruendo del terremoto del 12 de enero de 2010 continúan atormentando a aquellos que lo vivieron, estuvieran despiertos o dormidos. Recuerdan una fuerte explosión, después un silencio absoluto. En solo unos pocos segundos la capital Puerto Príncipe quedó en gran parte destruida.
El terremoto de magnitud 7,0 en la escala de Richter, arrastró a la muerte a más de 230.000 personas y desató un año catastrófico para el país más pobre de las Américas. Ministerios, colegios, hoteles, edificios de oficinas, viviendas e incluso la catedral quedaron derruidos. Miles de personas quedaron sepultadas bajo los escombros de la capital y las ciudades de Leogane, Petit-Goave y Jacmel, en la costa sur de Haití. "Hubo un ruido como el de una guerra", evoca el ex soldado haitiano Fritz Charlottin, de 61 años, que actualmente se encuentra en desempleo. En el momento del terremoto, Charlottin estaba en casa con su segunda esposa y la menor de sus hijas, que en ese momento contaba solo un año, indicó DPA.
Al principio creyó que las autoridades estaban arremetiendo contra manifestantes, pero después se percató de que el estrépito procedía de las paredes, que temblaron varios segundos. Charlottin no veía nada: se había levantado una nube de polvo. Milagrosamente su edificio resistió el desastre. "Gracias a Dios", dice.
El terremoto de magnitud 7,0 en la escala de Richter, arrastró a la muerte a más de 230.000 personas y desató un año catastrófico para el país más pobre de las Américas. Ministerios, colegios, hoteles, edificios de oficinas, viviendas e incluso la catedral quedaron derruidos. Miles de personas quedaron sepultadas bajo los escombros de la capital y las ciudades de Leogane, Petit-Goave y Jacmel, en la costa sur de Haití.
Carlos, de 33 años, vive con su abuela en un campamento para víctimas del sismo frente a las ruinas del palacio presidencial. Vende pinturas de estilo naiv de Haití para ganar un poco de dinero. Carlos solía trabajar con computadoras pero su casa junto al palacio se derrumbó por el terremoto. Asegura que solo en ese campamento hay unas 2.800 personas viviendo. Su propia tienda alberga poco más que un colchón.
Los cadáveres de aquellos que murieron fueron cargados en camiones y trasladados a zonas fuera de la ciudad, la mayoría a fosas comunes, en que yacen sin identificar. La cifra de muertos continúa siendo estimativa.
Doce meses después sigue sin haber señal de iniciativas gubernamentales para la reconstrucción. La mayor parte de los escombros fueron retirados de la ciudad y esparcidos junto a carreteras de acceso, algunas veces incluso con cadáveres entre los cascotes. Parte de ese material fue empleado para rellenar tierras bajas y crear basamientos sobre los que levantar campamentos para los que se quedaron sin casa.
La comunidad internacional corrió a prestar ayuda. El palacio presidencial y muchos ministerios quedaron destruidos, muchos empleados murieron y el gobierno quedó inoperativo. Incluso la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), estacionada en el país desde 2004, perdió a su directiva y más de 100 soldados y empleados.
El sismo fue solo el comienzo de un año catastrófico para Haití, que comparte la isla de la Española con la República Dominicana, país comparativamente algo más rico. Una epidemia de cólera, propagada por la falta de agua potable, se ha cobrado ya más de 3.400 vidas desde noviembre. Además, el país se encuentra sumido en una disputa política tras unas elecciones que habían generado la esperanza de que el país tomara un nuevo rumbo.
La ayuda económica tardó en llegar. La comunidad internacional tuvo que suplicar para recaudar tan solo un 63,6 por ciento del dinero solicitado, el equivalente a 1.280 millones de dólares, señalaron recientemente Naciones Unidas y el Banco Mundial. "Para la reconstrucción necesitamos un gobierno de legitimidad democrática", repite a su vez siempre que puede el jefe de la MINUSTAH, Edmond Mulet.
Para lograr ese objetivo el país necesita, entre otras cosas, aclarar las acusaciones de fraude en las elecciones presidenciales del 28 de noviembre. Los resultados iniciales fueron puestos en tela de juicio y la Organización de Estados Americanos está efectuando un recuento. Los dos candidatos con más votos se enfrentarán en una segunda vuelta electoral que ha sido pospuesta.
De momento solo hay proyectos algo vagos de organizaciones de ayuda humanitaria para reconstruir escuelas o refugios para niños, mientras que sí se han levantado ya varios supermercados nuevos. Están surgiendo además algunas casas pequeñas de madera. Muchas personas han erigido estructuras frágiles a partir de los escombros de sus anteriores casas. Tiendas azules, blancas y grises culminan varios tejados planos de constitución precaria.
El año tras el terremoto ha dejado a Haití aún más vulnerable e impotente. Más de un millón de personas viven en campamentos, y millones viven en favelas.
"Ya había pobreza en nuestro país antes (del sismo)", asegura el popular cantante Michel Martelly, uno de los candidatos presidenciales que ha denunciado los resultados electorales tras situarse en tercer lugar en votos, y no en segundo, tal y como vaticinaban las encuestas. "En cualquier caso, hoy hay miseria. Hemos perdido como nación".
Haití al menos ha tenido suerte en un sentido: no ha sido golpeada por los huracanes y las lluvias torrenciales que habitualmente sacuden ese país caribeño. Sin embargo, el cólera constituye un obstáculo más para el ya de por sí difícil día a día de los haitianos.
Al principio creyó que las autoridades estaban arremetiendo contra manifestantes, pero después se percató de que el estrépito procedía de las paredes, que temblaron varios segundos. Charlottin no veía nada: se había levantado una nube de polvo. Milagrosamente su edificio resistió el desastre. "Gracias a Dios", dice.
El terremoto de magnitud 7,0 en la escala de Richter, arrastró a la muerte a más de 230.000 personas y desató un año catastrófico para el país más pobre de las Américas. Ministerios, colegios, hoteles, edificios de oficinas, viviendas e incluso la catedral quedaron derruidos. Miles de personas quedaron sepultadas bajo los escombros de la capital y las ciudades de Leogane, Petit-Goave y Jacmel, en la costa sur de Haití.
Carlos, de 33 años, vive con su abuela en un campamento para víctimas del sismo frente a las ruinas del palacio presidencial. Vende pinturas de estilo naiv de Haití para ganar un poco de dinero. Carlos solía trabajar con computadoras pero su casa junto al palacio se derrumbó por el terremoto. Asegura que solo en ese campamento hay unas 2.800 personas viviendo. Su propia tienda alberga poco más que un colchón.
Los cadáveres de aquellos que murieron fueron cargados en camiones y trasladados a zonas fuera de la ciudad, la mayoría a fosas comunes, en que yacen sin identificar. La cifra de muertos continúa siendo estimativa.
Doce meses después sigue sin haber señal de iniciativas gubernamentales para la reconstrucción. La mayor parte de los escombros fueron retirados de la ciudad y esparcidos junto a carreteras de acceso, algunas veces incluso con cadáveres entre los cascotes. Parte de ese material fue empleado para rellenar tierras bajas y crear basamientos sobre los que levantar campamentos para los que se quedaron sin casa.
La comunidad internacional corrió a prestar ayuda. El palacio presidencial y muchos ministerios quedaron destruidos, muchos empleados murieron y el gobierno quedó inoperativo. Incluso la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), estacionada en el país desde 2004, perdió a su directiva y más de 100 soldados y empleados.
El sismo fue solo el comienzo de un año catastrófico para Haití, que comparte la isla de la Española con la República Dominicana, país comparativamente algo más rico. Una epidemia de cólera, propagada por la falta de agua potable, se ha cobrado ya más de 3.400 vidas desde noviembre. Además, el país se encuentra sumido en una disputa política tras unas elecciones que habían generado la esperanza de que el país tomara un nuevo rumbo.
La ayuda económica tardó en llegar. La comunidad internacional tuvo que suplicar para recaudar tan solo un 63,6 por ciento del dinero solicitado, el equivalente a 1.280 millones de dólares, señalaron recientemente Naciones Unidas y el Banco Mundial. "Para la reconstrucción necesitamos un gobierno de legitimidad democrática", repite a su vez siempre que puede el jefe de la MINUSTAH, Edmond Mulet.
Para lograr ese objetivo el país necesita, entre otras cosas, aclarar las acusaciones de fraude en las elecciones presidenciales del 28 de noviembre. Los resultados iniciales fueron puestos en tela de juicio y la Organización de Estados Americanos está efectuando un recuento. Los dos candidatos con más votos se enfrentarán en una segunda vuelta electoral que ha sido pospuesta.
De momento solo hay proyectos algo vagos de organizaciones de ayuda humanitaria para reconstruir escuelas o refugios para niños, mientras que sí se han levantado ya varios supermercados nuevos. Están surgiendo además algunas casas pequeñas de madera. Muchas personas han erigido estructuras frágiles a partir de los escombros de sus anteriores casas. Tiendas azules, blancas y grises culminan varios tejados planos de constitución precaria.
El año tras el terremoto ha dejado a Haití aún más vulnerable e impotente. Más de un millón de personas viven en campamentos, y millones viven en favelas.
"Ya había pobreza en nuestro país antes (del sismo)", asegura el popular cantante Michel Martelly, uno de los candidatos presidenciales que ha denunciado los resultados electorales tras situarse en tercer lugar en votos, y no en segundo, tal y como vaticinaban las encuestas. "En cualquier caso, hoy hay miseria. Hemos perdido como nación".
Haití al menos ha tenido suerte en un sentido: no ha sido golpeada por los huracanes y las lluvias torrenciales que habitualmente sacuden ese país caribeño. Sin embargo, el cólera constituye un obstáculo más para el ya de por sí difícil día a día de los haitianos.
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