miércoles, 29 de junio de 2011

NAVEGANDO POR LOS RÍOS DEL TIPNIS, EN MEDIO DE SU ENCANTO Y SU GENTE


La Paz, 29 Jun. (ATIPIRI / Erbol).- Los primeros rayos del sol empiezan a iluminar la comunidad indígena trinitaria de San Antonio. Rostros morenos y cálidos de niños, mujeres y hombres, nos dan la bienvenida junto a sus guardianes, pero a ellos nos les agrada nuestro arribo.
Después de navegar en una canoa durante un día y medio por distintos ríos, ¡por fin me encuentro en el TIPNIS¡ (Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure). ¿Cómo llegué?

Mi travesía empieza hace dos semanas. En La Paz, los jefes de Erbol deciden que debemos conocer en el lugar el efecto que causará la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos en el TIPNIS. Me encargan la misión y emprendo el viaje, aunque con muchas dudas.

EN TRINIDAD

Llegué a Trinidad el domingo 19 de junio, eran las cuatro de la tarde y era mi primera vez en esa ciudad. Trinidad, capital del departamento del Beni, se caracteriza por el ruido estruendoso de las motocicletas, que son el principal medio de transporte, y el calor que oscila entre los 30 y 36 grados centígrados.

Plataforma, es la primera zona que me tocó conocer de la urbe trinitaria. Es en este populoso barrio donde se encuentra la sede de la organización indígena del TIPNIS, muy cerca del lugar se halla el Mercado Campesino.

En el lugar me esperaba Marcelino Cuellar, el secretario de Medio Ambiente del TIPNIS. Es un indígena de mediana estatura, tez morena y mirada amable, pero algo esquiva, él fue la primera persona con la que me contacté para mi travesía por el parque.

“No será fácil llegar al TIPNIS”, me decía a mí misma. Después de dos días de trámites para lograr la autorización de compra de más de 400 litros de gasolina que requería el motor fuera de borda de la canoa que me llevaría a conocer las comunidades y la riqueza natural del TIPNIS.

Por fin estaba todo listo para emprender el tan esperado viaje, sólo restaba subir a la canoa y partir.

COMPAÑEROS DE VIAJE

Fueron dos días aburridos y fatigantes en Trinidad, ya en el muelle me preguntaba “…será que ahora sí podemos partir al TIPNIS”. La impaciencia me invadió en ese instante, aunque también me preguntaba que podía pasar o qué peligros iba a enfrentar.

De pronto escuché una voz que decía “…es hora de partir”, entonces empecé a caminar, sentí cómo mis pies se hundían en la arena de las orillas del río Mamoré, frente a mi estaba la canoa que me llevaría junto a mis compañeros de viaje hasta territorio indígena.

Ya a bordo de la canoa, conocí a don Isidro Yujo, ex dirigente indígena, quien tiene una apariencia algo intimidante. Él y su esposa Benigna; además de su pequeño hijo Crispín, son los que me acompañarán en el viaje. El niño rápidamente logró captar mi atención, sobre todo, por su sonrisa y pícara mirada.

Junto a nosotros irá también el presidente de la organización indígena del TIPNIS, Adolfo Moye, y Saúl, un joven de 25 años, muy alegre, que se encargará de guiar la canoa.

Ya había navegado antes, pero sólo en el estrecho de Tiquina del lago Titicaca en La Paz, que definitivamente no se comparará con romper las aguas de los ríos Mamoré, Isiboro, Ichoa, Chimimita e Imose, para llegar a la comunidad de San Antonio.

RUMBO AL TIPNIS

Eran las once de la mañana del miércoles 22 de junio cuando partí junto a mis compañeros de viaje rumbo al TIPNIS. El río Mamoré se mostraba tranquilo, aunque hay quienes dicen que por momentos se vuelve bravo, y otros que comentan que cuando se voltea la canoa y sus ocupantes caen al agua difícilmente salen con vida; primero, porque la corriente es fuerte; y segundo, hay pirañas y caimanes.

La canoa en la que emprendí el recorrido por el río está hecha de madera, es segura y gracias al motor fuera de borda se desliza con facilidad. La meta es llegar al día siguiente (jueves) a San Antonio y para ello viajaremos todo el día y la noche.

El viento que se produce por la velocidad que imprime la canoa es refrescante ante el sofocante calor, bajo un cielo completamente despejado que deja caer los rayos del sol con mucha intensidad. Mis compañeros de viaje están dormidos, todos bien acurrucados.

Yo, por el momento disfruto de los bosques que se paran frente a frente, divididos por las aguas del río en el que navegamos. Su verde infinito es decorado por las coloridas aves del lugar, que se posan cómodas en las copas de los árboles.

HORAS DE VIAJE

Tras aproximadamente 12 horas de viaje, que parecen interminables, al fin puedo ver aproximarse el crepúsculo de un nuevo día y es cuando identifico al primer tapir (mamífero) que vi en mi vida, rechoncho y mojado, huye asustado por el sonido del motor de la canoa.

Todo transcurre entre agua y bosque. Lamentablemente estoy al otro extremo de la canoa, muy alejada del presidente del TIPNIS, Adolfo Moye. Durante todo día sólo conversé con doña Benigna y con el pequeño Crispín, quienes después de medio año de estar Trinidad volverán a su pueblo.

La noche empieza a caer, en el horizonte se pueden observar las primeras estrellas y por fortuna hay luna llena, lo que es propicio para viajes como este, porque troncos flotan a la deriva del río y se vuelven en un peligro.

Los ojos empiezan a pesarme, no logró distinguir en medio de la oscuridad. De repente la canoa chocó con algo. Me llevé el susto de mi vida, pero por fortuna no pasó nada.

Empieza a hacer frio y no logro conciliar el sueño, no hay mucho que hacer más que esperar el amanecer y estamos a cinco horas de llegar a la comunidad indígena trinitaria de San Antonio.

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Agencia Regional de Noticias -- ARN

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